miércoles, 19 de septiembre de 2007

La casa inconclusa de Neruda

Tres fueron las casas que se le conocieron a Pablo Neruda en Chile y que hoy son lugar de procesión para sus seguidores. Sin embargo, no fueron las únicas. Hubo una, La Manquel, que Neruda -pese a lo entusiasmado que estaba con su construcción- dejó sin terminar. Ubicada en lo alto de Lo Curro, en un terreno que el poeta había comprado a mediados de los 50, la casa empezó a levantarse en 1972, con ideas salidas de la cabeza del poeta. Neruda quería pasar en ella sus últimos días. Pero la muerte se le adelantó. Hoy, 34 años después, el terreno está en venta por quinta vez. Esta es la historia.
Durante su último año de vida, Pablo Neruda quiso convertirse en cóndor. Uno que revoloteara sobre El Portezuelo. Pero su sueño quedó a medio camino, pues la muerte lo encontró antes de que levantara el vuelo.
Claro que no sería él quien tendría alas, sino la última casa que proyectó. La Manquel -cuyo nombre viene de manque, que significa "cóndor" en mapudungun- sería su última residencia en la tierra. Sin embargo, no alcanzó a habitarla. Apenas pudo ver un tercio de ella construida. Y ahí quedó, en la cumbre de Lo Curro, como cualquier casa abandonada donde los jóvenes pasan el rato con un par de cervezas y haciendo graffiti. Sin saber que esa construcción fue fruto de la imaginación del Nobel.
La historia empezó en 1954. Ese año, uno después de que construyera La Chascona y cuando aún vivía junto a Delia del Carril, el poeta supo que la familia Gellona había decidido parcelar sus terrenos de Lo Curro. Al parecer, Neruda se habría sentido atraído -según quienes lo conocieron- por la vista a la cordillera. Convencido de que sería un buen lugar para vivir en el futuro, el 22 de julio de ese año firmó la escritura. Así, se convirtió en dueño de un terreno de más de 6.000 metros cuadrados en Vía Azul 4651. Sin embargo, debieron pasar 18 años para que el autor de "Canto General" volviera a soñar con La Manquel. Y lo hizo en grande. Pero, para entonces, el cáncer ya lo había empezado a matar.
Santiago desde lo alto
Cuando a fines de la década del 40 regía la "ley maldita" durante el gobierno de González Videla -normativa que proscribía toda participación política del Partido Comunista-, Pablo Neruda pasó escondido en varias casas de conocidos. Así llegó a la residencia de Sergio Insunza, quien luego se transformó en el abogado del poeta.
Justo cuando el Nobel celebró sus 44 años, Inzunza y su mujer, Aída Figueroa, concibieron a su hijo Ramiro.
Neruda encontró que esta coincidencia era mágica, por lo que el pequeño se convirtió en una suerte de ahijado del vate.
Por eso, cuando años después ya le habían declarado el cáncer, en 1972 acudió a este sobrino para que lo ayudara a cumplir uno de sus últimos deseos. Quería construir una casa en el terreno de Vía Azul. El sector ya estaba urbanizado, lo que hacía posible vivir ahí. Además, con el cáncer a cuestas, el poeta sabía que el tiempo se le acababa. "También tenía gota, así es que debía vivir en un lugar seco, entonces me dijo 'ahora es el momento. Hagamos esta casa'", recuerda Ramiro Insunza, quien en ese entonces tenía 23 años y estudiaba Arquitectura. La respuesta afirmativa fue inmediata.
A ellos se sumó otro arquitecto, Carlos Martner, quien ya había trabajado con Neruda en la ampliación de La Chascona y quien se encargó de presentar los documentos necesarios en la municipalidad. A fines de 1972, comenzaron los viajes a Isla Negra, en especial Ramiro, quien iba a ver a su tío con frecuencia para hablar del tema. En esa casa, los arquitectos escuchaban cómo el poeta soñaba La Manquel. Luego de interpretar sus palabras, volvían a Santiago a hacer los planos y otra vez iban a la costa a mostrarle los bocetos a Neruda.
Martner lo recuerda bien: "Nos entendíamos con él como con cualquier cliente. Claro que él era un cliente con ideas muy claras y bastante originales. Uno aprendía mucho con él, porque te motivaba aspectos diferentes a los demás". Y cómo no, si se transformó en un verdadero experto en diseñar sus residencias, pues se había metido a fondo con la de Isla Negra primero y con La Chascona y La Sebastiana después.
Lo que lo tenía más entusiasmado con Lo Curro, era la vista que se tenía desde allí a la ciudad. De hecho, sus exigencias arquitectónicas estuvieron relacionadas mayoritariamente con ello. Desde ahí, se podía ver el cerro San Cristóbal al surponiente y La Dehesa por el nororiente. Precisamente hacia ese valle quería mirar Neruda cuando se despertara: su dormitorio tendría una gran ventana que mirara al cerro La Paloma. Además, en la pieza habría una terraza con una pajarera de vidrio. Eran ideas del Nobel, quien muchas veces agarró el lápiz para mostrarles a los arquitectos lo que quería para su nuevo hogar. Esto muchas veces les ayudaba a ellos a aterrizar lo que su "cliente" pedía. Como recuerda Martner, "nos entendíamos bastante bien hablando y rayando".
Neruda constructor
Insunza, Martner y Neruda proyectaron finalmente una casa de 225 metros cuadrados sobre el empinado terreno. Como podía esperarse, cada espacio estaba pensado para ser especial. Pero lo fundamental para el autor de "Odas elementales" era que "la casa debía ser diseñada de tal manera que, desde el interior, uno sintiera que estaba en el pecho del cóndor cuando toma el vuelo", según explica Ramiro Insunza. Por eso, la bautizó como La Manquel, pese a que su casa en la Normandía había recibido el mismo nombre. Como sea, lo concreto es que el arquitecto proyectó un estar semicircular, que simulara el pecho del pájaro. Lo mismo hizo con las zonas del dormitorio principal y la de la cocina, que representan las alas.
"Mi verdadera vocación es la del constructor. No hay nada más hermoso que algo que va naciendo, haciéndose delante de nosotros, el rigor de los materiales que impiden el capricho excesivo y la lucha contra esos materiales para darles humanidad", dijo el poeta en una oportunidad. Por eso, no es extraño que cuando la construcción de La Manquel ya había empezado, en febrero de 1973, Neruda comenzara a plasmar las ideas discutidas en un cuaderno al que llamó "Cuentos y cuentas de Ramiro". Insunza viajaba cada quince días a Isla Negra para buscar dinero. El presupuesto no era poco: unas 7.000 UF actuales. Pero Neruda estaba con los bolsillos más llenos que nunca luego de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1971.
Según el proyecto, el pecho de este cóndor tendría un ángulo de 270°, que permitiría tener una amplia vista a Santiago. En ese espacio estaría el lugar que, según los arquitectos, sería el espacio favorito del poeta: la chimenea. Neruda no alcanzó a verlo, pero lo imaginó como un cilindro con luz cenital, que fuera además un sitio de reunión. En el techo de vidrio, con forma de cúpula, se vería el símbolo nerudiano: un círculo con un pez. La gracia era que el signo indicaría la casa a los visitantes.
Por el costado de la chimenea estaría la escalera, la cual tuvo que ser diseñada pensando en que Neruda ya estaba viejo y enfermo. "Una exigencia fue que la casa tuviera el desarrollo en un piso", recuerda Insunza. Para obedecerle, puso la cocina -que no debía ser muy grande-, el estar, la chimenea, el bar, el comedor y su dormitorio en un mismo nivel, por el cual además se entraría a la vivienda. Además, diseñó una escalera especial, con un riel y una silla plegable para bajar al piso inferior. Ahí estaría el lugar para las colecciones de Neruda. Y una biblioteca que seguiría la misma forma circular que la sala de estar superior, para emular el pecho del cóndor.
El bar también tenía sus requerimientos: debía tener una ventana que permitiera ver Santiago. El poeta pidió, además, un dormitorio con baño para un cuidador y lo mismo para la empleada. Esto último fue lo único que se alcanzó a construir del piso más alto de la casa y es de las pocas cosas que hasta hoy se mantienen en pie. Se puede ver cuando uno visita esta construcción en ruinas, que está rayada y abusada hasta el cansancio: las paredes están invadidas por graffiti, mientras el suelo repleto de vidrios delata que los que se juntan allí a beber ni se imaginan que esta casa perteneció al Nobel.
Construcción desarmada
La construcción comenzó a principios de 1973, siete meses antes de la muerte de Neruda. Las circunstancias no eran las más adecuadas: era el tercer año de la Unidad Popular y los materiales escaseaban. Además, los camioneros estaban en paro, por lo que Ramiro Insunza debió arreglárselas para transportar los materiales por sus propios medios. Tenía un jeep al que le amarraba un carro de una tonelada y media en el que cargaba el cemento de Polpaico. Lo mismo hacía con los ladrillos y fierros.
Neruda pudo visitar varias veces los trabajos de Lo Curro. La enfermedad lo tenía débil, por lo que veía los avances sentado en el auto que lo llevaba hasta los cerros. De todos modos, Carlos Martner destaca el entusiasmo que el poeta le ponía a esta obra. "Lo maravilloso de Neruda es que es un ejemplo de cómo sigue luchando hasta el final de su vida; cómo sigue ansioso de hacer cosas", dice. Pese a que le quedaba poco tiempo, Neruda todavía tenía energía para dar instrucciones. Le pidió a Insunza, por ejemplo, que pusiera tablas y cordeles para simular el semicírculo, de manera que él se lo pudiera imaginar mejor. Además, quiso que a los ventanales del estar se les pusieran pilares para colgar cuadros. En las ocasiones que iba a ver el estado de la construcción, no escatimaba en comentarios. "Le parecían fantásticas las vistas que iba a poder tener", cuenta el "ahijado".
Pero llegó el 11 de septiembre y, con él, la desesperanza total del poeta. Se negó a sacar fuerzas para seguir viviendo. Tras su muerte, doce días después del golpe militar, un cuidador quedó a cargo de lo poco que se había podido levantar de La Manquel. Pero luego debió irse. "No hubo más dinero para pagar cuentas ni cuidadores", recuerda Ramiro Insunza. Después vinieron los saqueos. Lo cuenta Insunza: "En marzo de 1974, volví y no quedaba nada de la casa: la bodega desapareció junto con los pilotes de eucalipto. Tampoco estaban unas vigas del dormitorio de pino oregón de 3 por 18 pulgadas". Sólo quedaron, entonces, el dormitorio principal, con su baño y bodega, además de la pieza de servicio y baño del último nivel. Del resto, nada. Se robaron las cañerías y las herramientas que habían quedado tiradas. Con el tiempo desaparecieron también los fierros. Una fuente del escultor Totila Albert que iría en el patio del segundo nivel se esfumó el mismo año que Neruda murió. Lo mismo pasó con una copia de la cara del David de Miguel Ángel, tamaño natural, que ya estaba colgada en el muro.
Actualmente, los 6.500 metros cuadrados del terreno son un verdadero peladero. La casa, además, tiene un difícil acceso. Lo cual, en todo caso, se veía venir. Cuando Neruda compró el sitio, convenció a su amigo Tomás Lagos para que adquiriera el lote de al lado. Pero para la casa que imaginaba el poeta, se necesitaba pasar por ese terreno vecino, ante lo cual el autor del "Canto General" debió pedirle autorización al creador del Museo de Arte Popular. El problema fue que a esas alturas -en los 70, cuando empezó a proyectar la casa- ambos ya no eran amigos, por lo que Lagos dio el permiso sólo mientras Neruda estuviera vivo. Con ello, Lagos sólo quería complicar a Matilde Urrutia y lo que pudiera hacer con esta casa una vez que estuviera viuda.
"Recuerdo que Tomás guardaba resentimientos hacia su amigo por haber abandonado a mi madrina (Delia del Carril) 'por una pelirroja de Chillán'", afirma Ramiro Insunza. De este modo, si el próximo comprador de este terreno quisiera retomar el proyecto de Neruda, tendría que convencer al dueño del sitio que está al poniente, que pertenecía a Lagos, que lo deje pasar por allí.
Residencia en la tierra
Después de la muerte del poeta, sus dos medio hermanos Rodolfo y Laura, además de Matilde Urrutia, figuraron como herederos de La Manquel. Sin embargo, nadie la tocó. Ni siquiera su viuda. "Yo creo que quiso mantener esta propiedad porque para Neruda era muy querida, porque se dio cuenta del valor que tenía para él", asegura Insunza.
En 1985, murió Matilde, quien dejó estipulado que su parte de la residencia de Lo Curro quedaba en manos de la Fundación Neruda, a cargo de Juan Agustín Figueroa, tío de Ramiro Insunza. Los medio hermanos de Neruda, en tanto, dejaron a sus familiares directos como herederos, pero los sobrinos y sobrinos nietos de Neruda vendieron su parte en 1987 a la Fundación. Hoy, en todo caso, no faltan los que se arrepienten en algún grado. Bernardo Reyes, sobrino nieto del poeta, es uno de ellos: "Mi opinión actual es que habría sido interesante conservarla. La Manquel simboliza a ese Neruda que nos queda por conocer", dice. Pero no queda mucho por hacer ni tampoco se puede volver el tiempo atrás: en 1987, la casa quedó completamente en la Fundación Neruda después de pagarles casi $ 10 millones sus parientes.
La Manquel se alejaría de la marca Neruda en 1990, cuando la Fundación la puso en venta. El negocio era bueno para mantenerse: Andrea Hites compró la casa por US$ 50.000. "La vendimos porque el precio era interesante y porque la Fundación nunca pensó en construir, pues Neruda lo había pensado como un lugar para vivir", explica Juan Agustín Figueroa. El terreno volvería a venderse dos veces más, hasta que en 1995 lo compró el dueño actual, Carlos Silva. Ninguno de los que fueron propietarios tuvo relación con el poeta. Y, al parecer, tampoco compraron la casa por ser un proyecto de Neruda, sino más bien como inversión. Y, sin duda, es un buen negocio. Actualmente, el sitio está por quinta vez en venta, a un precio de 21.615 UF; es decir, poco más de $ 400 millones. Casi cuatro veces más del valor al cual lo adquirió el último dueño.
Según Insunza, pese a que del proyecto original casi no queda nada y que el paisaje es distinto al de hace 30 años, no es difícil imaginar lo feliz que habría sido Neruda observando su creación. Maravillado con la vista de la cordillera al fondo. Dando órdenes, apurado, para que su sueño no quedara inconcluso. Porque, como recuerda su "ahijado" y arquitecto, "Neruda diseñó La Manquel pensando siempre que sería su última residencia en la tierra".
Las otras casas del poeta
Isla Negra

Cuando en 1939 Neruda le compró esta casa al marino español Eladio Sobrino, la construcción estaba a medio terminar. Era, en realidad, una cabaña de piedra de algo más de 70 metros cuadrados -proyectada por Luz Sobrino, hija del marino-, que poco se parece a la que conocemos hoy. Las ampliaciones a cargo de Germán Rodríguez Arias y Sergio Soza, de 1943 y 1965, respectivamente, llevaron a que la cabaña original adquiriera la personalidad que el poeta pretendía entregarle.
Dirección: Calle Poeta Pablo Neruda ("Camino Vecinal") S/N, Isla Negra.
La Chascona
En 1953, Neruda junto a Matilde Urrutia comienzan a construir una casa a los pies del cerro San Cristóbal. El arquitecto a cargo de la obra fue Germán Rodríguez Arias -el mismo que dirigió una de las ampliaciones en Isla Negra-, quien tuvo que detener esporádicamente la construcción por falta de recursos o para adecuarla a las ideas del poeta. La Chascona lleva ese nombre ya que Neruda solía llamar así a Matilde.
Dirección: Fernando Márquez de la Plata 0192, Bellavista, Santiago.
La Sebastiana
En 1961, Neruda junto a sus amigos Francisco Velasco y María Martner compraron una casa a medio terminar en el cerro Florida de Valparaíso. La obra había sido levantada por Sebastián Collado, quien murió sin alcanzar a terminarla. Velasco y Martner se quedaron con los dos primeros pisos y Neruda con todo el resto. La Sebastiana estuvo cerrada desde 1973 hasta que se restauró y reabrió en 1992.
Dirección: Ferrari 692, Valparaíso.
Por: Soledad Escudero – Foto: Maglio Pérez - http://www.quepasa.cl/

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