jueves, 16 de agosto de 2007

Patch Adams

Ahí está “Patch”Adams, el médico que recorre el mundo visitando hospitales de países en guerra o devastados por el hambre. Vestido como payaso, exuberante, haciendo reír y al mismo tiempo desplegando una energía impresionante.
Yo venía a entrevistarlo con un prejuicio: tenía en mi retina la imagen dulzona y sentimentaloide de la película interpretada por Robin Williams. Pero conversar una hora con “Patch” Adams me dio vuelta el tablero. Tuve la impresión de estar frente a uno de esos hombres de acción que -con ideas muy simples- están ayudando a crear un mundo nuevo.
Usted se ha hecho famoso gracias a Hollywood, por la película en que Robin Williams lo interpreta a usted. Ha llegado el momento de borrar el rostro de Williams para que aparezca el verdadero rostro de “Patch” Adams.
¿Cuáles son las diferencias entre esos dos rostros?
La película enfatizó más la diversión, cuando yo, en realidad, quiero usar el amor y el humor para producir cambios en el mundo, es decir que las personas se paren y estén a favor del amor y el humor y pongan en un cajón el amor por el dinero y el poder excesivos.
Esto, simbólicamente, se puede mostrar en el distinto modo en que vivimos Robin y yo. Y quiero comenzar diciendo que yo creo que Robin es una bella persona. Yo viví en su casa, y siempre lo vi amoroso y amable, nunca lo vi actuar como lo hacen habitualmente los hombres ricos y famosos. Sin embargo, él ganó veintiún millones de dólares por cuatro meses de estar pretendiendo ser yo en una versión muy simplista, y no donó ni siquiera diez dólares para mi hospital gratuito.
Si yo hubiere tenido el dinero de Robin habría dado todo, los veintiún millones de dólares, a mi hospital gratuito en un país, los Estados Unidos, donde ochenta millones de personas no pueden obtener atención en salud.
¿Cuál era la utopía, el sueño que sustenta ese hospital que usted imaginó?
Cuando ingresé a la Escuela de Medicina, entré con la idea de usar la medicina como un vehículo para el cambio social. Yo ya sabía que nuestra sociedad estaba colapsando bajo el amor por el dinero y el poder, no sólo en relación a su propia gente, sino a todos en el resto de los países del mundo. Y la idea era crear un modelo médico que abordara todos los problemas en las formas en que este servicio se entregaba. Yo propongo volver a la raíz de la historia sana de la ciencia médica. Aquí hay algo urgente que necesita la sociedad: atención a su salud, y es nuestra labor dar esa atención a su salud para abordar la necesidad de las personas. Y entonces creamos un modelo donde no cobrábamos dinero, donde no teníamos nada que ver con el seguro médico, ni con el seguro contra la mala práctica médica. Todas estas ideas parecían heréticas: queríamos un hospital donde mezcláramos todas las artes del curar, donde esa entrevista inicial con el paciente, en vez de ser rapidita e insulsa, una exploración sin propósito, esa consulta fuera de tres a cuatro horas, como debe ser.
¿Qué fue descubriendo en esa nueva práctica?
Al hacer estas entrevistas largas con los pacientes nos dimos cuenta de lo que los grandes artistas y sabios han escrito sobre el mundo, y es que la humanidad adulta es muy insana al haber cedido o dejado de lado el amor a la vida, el sentido de privilegio y gratitud simplemente por estar vivos, cualquiera sea su posición social. Entonces encontré que de los pacientes adultos -fueran ricos, pobres, educados, mal educados, cualesquiera fuesen sus radiografías o sus exámenes de laboratorio- un 95 por ciento no tenía idea de lo que era el amor a la vida. Descubrí que no importaba si le sacaba un tumor, si le corregía su presión arterial, si su vida aún seguía podrida. Pensé que así no estaba solucionando nada, sólo dando diez años más de vida miserable. Y por lo tanto, desde el principio quisimos mezclar la medicina con la vida real, haciendo que nuestro hospital fuera comunitario, de manera que la enfermedad fuese un truco para conseguir que el paciente entrara a un hospital que en verdad era una universidad para la cultura humana.
¿Cuándo cree usted que nuestra civilización perdió el rumbo, cuándo traicionamos esa visión de la gratuidad y de la celebración de la que usted habla?
Una de las primeras cosas que yo estudié en mi juventud fueron los primates, los grandes monos. Hay cinco tipos de simios grandes y solamente uno de ellos vive en solitario. El resto de los simios, incluidos los seres humanos, vive en grupo. El grupo está primero. Nos preocupamos primero, instintivamente, por el grupo. Filosófica e intelectualmente, la idea de individuo es nuevísima en la historia humana. La idea de que soy un individuo no tiene más de doscientos años. Durante la mayor parte de la historia del Homo sapiens hemos vivido en lo que para un gorila o un chimpancé es un grupo. Los primates jamás hubieran pensado en un yo o en un mí, sólo pensaban en un grupo, y esto funcionaba para los humanos. Yo creo que fue así hasta que comenzó la agricultura.
La propiedad de la tierra, “mi tierra”, el ser propietario, surge ahí. Los, pueblos americanos autóctonos vieron a los europeos que decían: “Nosotros somos propietarios de la tierra en Europa”. Y los indios decían: “Pero cómo pueden ser ustedes los dueños si Dios es el dueño”. Era inconcebible para los nativos americanos esta idea de ser propietario de la tierra. Y esa afirmación es tan arrogante, porque sólo la tierra está a cargo de la tierra. Y creo que la propiedad de la tierra condujo a esta idea de prepotencia sobre nuestro medio ambiente y por ella hoy día estamos destinados a la extinción.
El siglo que acaba de terminar experimentó con muchas revoluciones que quisieron cambiar el mundo, pero todas esas revoluciones fracasaron.
¿Qué diferencia hay entre esas ideologías revolucionarias y la utopía de “Patch”Adams?
Todas las revoluciones han sido en torno al dinero y el poder. La revolución comunista no fue una revolución comunista: era el dinero y el poder, y eso significa hombres buscando el poder una vez más. Pero te voy a contar que hay otras revoluciones que tú no incluiste en tu pregunta y a las que les ha ido muy bien.
Walt Whitman fue un revolucionario en poesía, por ejemplo. La poesía de Walt Whitman, no sólo en su forma sino en su contenido, fue una revolución de la poesía e influyó en toda la poesía del mundo y en personas como yo que creemos -como Whitman y Neruda- que la vida y las personas son bellas. Ricas y pobres, todas son bellas. Uno puede amar a toda la gente. Whitman en su poesía ama al campesino, al mecánico, al carpintero, al sacerdote, al panadero… al borracho… él tiene poesía para todos.
También ha habido otras revoluciones: en la música, por ejemplo. Beethoven era un revolucionario, como romántico, y dio horizontes en la música que existirán tanto tiempo como dure la especie humana. Y esa revolución está tocando a la gente hoy en día: anoche escuché a una persona a quien preguntaron: “¿Qué te hace vivir?” Y él dijo: “Bach”.
La propuesta de Cristo también fue una revolución. Y Buda. El problema es -y vuelvo a insistir, puesto de una manera simple- que los hombres han hecho el dinero y el poder, y las mujeres el trabajo con el amor.
¿Puedes contar algún caso médico que ilustre este cambio en la manera de tratar a los pacientes?
Cuando yo era alumno de medicina estaba en la sala de emergencia y un niño entró muerto por un accidente. Mientras estuve con los doctores, en ningún momento mencionaron la palabra amor o la palabra compasión, nunca mencionaron nada qué significara una relación entre personas, sino sólo información y procedimiento, eso se hacía muy bien.
Era una dirección muy equivocada, pero yo no tenía el entrenamiento de médico que se supone puede seguir los pasos tradicionales de qué hacer con la familia. Yo podía decirles: “El niño será llevado a la morgue y tal vez ustedes necesitarán que les recete un tranquilizante para ayudarlos a dormir”. O sea, ignorar completamente el hecho de que ellos habían perdido a su hijo… Ellos estaban sollozando y alguien les decía “tal vez necesita píldoras para dormir” y bla bla… ¿Qué me dijeron en el hospital? “Llama a la enfermera”, me dijeron, lo que significaba “llama a una mujer”, porque ellas saben manejar esos momentos. Entonces yo dije “no, no lo haré; yo voy a ser esa persona…” Pero, ¿con qué cuento yo para eso?, me pregunté. Puedo tener ojos amables. Puedo tener una cara que les esté diciendo algo. ¿Y qué más tengo? ¿Cuáles son las palabras que debo decir? Entonces fui hacia la parte más fácil. La familia era cristiana; yo no lo soy, pero conozco a Cristo. Les dije: ¿les importa si rezamos? Estaban asombrados, chequeados de que un médico dijera eso. Me hinqué, junté las manos y tomé todo el amor de mi madre y salió todo con sinceridad y amor. Durante diez años esta familia me escribió sobre cómo ese momento cambió la percepción de la muerte de su hijo. De ahí en adelante, con el paciente budista yo era un sincero budista; con el cristiano era cristiano, con el ateo era ateo.
Hay un verso de Walt Whitman igual a lo que acabas de decir.
Sí. Y así como hay doctores que escogen fármacos o ciertos tratamientos, yo recolectaba ideas que me ayudaran a abordar el sufrimiento. Yo sabía que el amor y el humor eran los grandes maestros, y la curiosidad, la poesía y la música eran los coadyuvantes de aquéllos y empecé a usarlos cada vez más. Comencé a llevar juguetes en los bolsillos de mi bata de hospital y muchos años después empecé a llevar payasos a los países más pobres que no tenían tranquilizantes ni analgésicos.
Hay tantos gurúes en el mundo ofreciendo cambios, pero es tan difícil hacerlos de verdad.
¿Cómo se puede hacer la revolución que tú propones?
A menudo decimos “yo soy sólo un profesor, o un gásfiter, qué podría aportar yo para cambiar al mundo”. La cosa más revolucionaria que puedo decirles es esto: todo ser humano que quiera esa revolución de amor y cuidado sobre los demás puede tomar esa decisión personal desde que sale de su casa en la mañana hasta el momento en que regresa. Cada minuto en un espacio público, siempre es posible ser universalmente amistoso y un celebrador de la vida. La revolución se hace cuando tú te comunicas de otra manera con la gente que se sube contigo a un ascensor. ¿Te has dado cuenta de que la gente no se mira, se esquiva dentro de un ascensor? Haz la prueba de saludarlos efusivamente, con una sonrisa de oreja a oreja; o de hacer una broma. Esos gestos que son gratuitos, que no requieren inteligencia ni entrenamiento especiales, que no cuestan dinero son más difíciles de hacer que cualquier otra cosa, porque uno tiene que salirse del “yo”.
“Yo… y mi vida tan dura.” “Yo… que estoy envejeciendo.” “Yo… que tengo cáncer.” “Yo… que soy muy bajo.” “Yo… que no soy tan bueno tocando el violín.” “Yo… y el café que derramé en esa camisa.”
Todo ese “yo” debe quedar guardado en una repisa, para que “tú” salgas. Tú, el ciudadano; tú, la mujer que fuiste golpeada anoche por tu marido, que se ve porque estás en el ascensor con un ojo amoratado. Tú, el hombre de negocios que pensaste que tenías un trabajo seguro, pero acaban de decirte que la empresa en Estados Unidos redujo los trabajos en Chile y te despidieron. Tú, pobre persona que acudió a los servicios de ayuda social para decir “tengo cuatro niños, me puede ayudar con lo que sea”. Tú no sabes quiénes son los que están en el ascensor, si ganaron la medalla olímpica o perdieron el empleo, porque ninguno de ellos tendrá el coraje de, decir “yo necesito tu amor en este momento, necesito tu buen humor, necesito tu buena disposición”.
Si es que tú dices “en cada momento público yo voy a ser amoroso con todos y un celebrador de la vida”… entonces tú eres Cristo, tú eres Buda, tú eres Whitman, tú eres María cuando entras en un ascensor. ¿Sabías que un niño puede entrar a una sala llena de asesinos y de gente perversa y jugar con ellos desinhibidamente, con su ternura y su amor, y que ese milagro ocurre porque ellos todavía no han sido introducidos en el amor por el dinero?
Entrevista de Cristián Warnken, extracto publicado en la Revista Mundo Nuevo.

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